La puesta en escena Harvey que consta de tres actos escrita por el dramaturgo estadounidense Mary Chase, estrenada en 1944, esta de temporada en Casa Quimera.
Ambientada en la ciudad de Denver, se centra en la historia de Elwood P. Dowd es un hombre afable y querido por todos que dice tener una invisible (y, presumiblemente, imaginario) amigo llamado Harvey - y a quien Elwood describe como una suerte de conejo antropomórfico de cerca de dos metros de altura). Elwood presenta a Harvey a todos sus conocidos. Su ambiciosa hermana, Veta, encuentra cada vez más embarazoso ese comportamiento y decide internarlo en un sanatorio. Ya en el centro tiene lugar la ceremonia de la confusión y Veta termina internada a causa de un error del Dr. Sanderson. Solventada la confusión, comienza la búsqueda de Elwood que reaparece inopinadamente en el sanatorio, buscando a su amigo Harvey del que dice haber perdido la pista. Normalizada la situación, se decide procedere a inyectar un suero al pobre Harvey que hará de él, un "ser humano perfectamente normal", con sus miserias y sus mezquindades. Ante esas tesitura, Veta da marcha atrás y decide quedarse con el Elwood bondadoso que ha conoce y quiere, aunque ello supongo tener que seguir viviendo con Harvey.
Nuestra Reseña...
Harvey: Permiso para la banalidad...
¿Qué es la locura?, ¿cómo reconoces a un loco?, ¿quiénes lo determinan? Para la familia Cortés la respuesta es muy clara: loca no es Verónica la mayor de las hermanas, puede que sea muy nerviosa, que gesticule de una manera por demás exagerada y que a ratos el control de la risa se le escape de las manos, pero loca lo que se dice loca, no es. Tampoco lo es Ana María, la dulce y etérea hermana menor, ella acaso manifiesta un adorable gusto por los intercambios amatorios con tintes sadomasoquista en donde el bondage tenga aparición.
¿Quién queda entonces? Ernesto, él único varón de la dinastía Cortés, ese de trato amable y caballerosidad galante con las mujeres, el de voz suave y personalidad complaciente. Nada mal para un ser acusado de carecer de razón, ¿no? y es que el único argumento para tal acusación es que Ernesto tiene un amigo, Harvey y quiere jalar con él a todas pares, el problema es que Harvey mide dos metros, y está cubierto de pelo, porque no hay conejo que carezca de ellos.
Y que como no hay loco que merezca andar suelto, hay que entablar cruzada para detenerlo. Este el pretexto para desencadenar la divertida comedia de Harvey.
Siempre he pensado que es más difícil hacer reír que llorar, para hacer reír tienes que estar dispuesto al ridículo, al propio por supuesto, porque si logras hacer reír a costa del otro, no se está haciendo comedia, se está haciendo de merolico, se puede decir que la comedia no sólo es un género es más bien una vocación, el comediante debe improvisar, y Harvey no está exento de esto.
Y en ese sentido pensemos en el estado de la comedia en México, por mucho ha sido monopolio de la política, desde el teatro de carpa hasta el cabaret actual, y aquel que se ha alejado de ese contexto recae en un compendio de chistes misóginos, clasistas y discriminadores que tuvieron eco en la televisión y que de una manera trágica llegaron a ocupar marquesinas en el ambiente teatrero. Cuando parecía que la comedia en México era resignarse a ver El Sirenito o una que otra aparición de Jorge Ortiz de Pinedo, aparece Harvey o lo que es lo mismo una bocanada de aire fresco.
Si el objetivo de Harvey es entretener y lograr la risa de la audiencia, definitivamente cumplen, pero si el objetivo es alejarnos de una realidad rodeada de violencia, lo logran por completo y eso es lo que más agradezco.
En una cartelera teatral inundada de realidad, ver Harvey y divertirse genera algo parecido a la culpabilidad y en ese sentido, en contextos adversos también es necesario lo banal.
Si usted quiere comprobar esto, corra a verla se presenta en Casa Quimera. (Orizaba #131 col. Roma Norte) los domingos a las 5:00pm, hasta el 20 de Agosto, entrada general $250 pesos, con descuentos especiales a estudiantes, maestros y adultos mayores $150.
Marcia Pacheco es defensora de derechos humanos, especializada en violencia de género y renegada de las ideologías fundamentalistas, intensa y conflictuada eternamente, por lo que acude al teatro en aras de encontrar en él medios de catárticos más efectivo que el psicoanálisis.